JUEGOS de NIÑA

4 diciembre, 2011

Jugando al intrusismo con mi propia intimidad y sin querer recurrir a la memoria de mi madre, por si acaso la pongo en el brete de no poder recomponer bien aquellos tiempos, recuerdo con lucidez que de pequeña nunca quise ser princesa, tampoco soñaba con el príncipe azul, ni tan siquiera me veía vestida de novia, y eso de tener hijos me parecía algo que debía de doler muchísimo. Nunca jugué con muñecas, ni a las casitas, las cocinitas, ni siquiera a los médicos o las enfermeras. A mi todo aquello me parecía muy aburrido, tan irreal como absurdo adelantar acontecimientos, pues ya habría tiempo de cocinar, acunar bebés y jugar de verdad a lo que en ese momento era un teátrico que me dejaba confusa y medio asustada cuando se lo veía hacer a las otras niñas.

Yo disfrutaba con lápices de colores, mi osito de peluche, una bolsa con canicas de cristales coloreados, una pelota de goma, montando arquitecturas con piezas de madera desiguales y con aquellas otras de ladrillitos blancos de pasta que encajando unos con otros podías hacer gran variedad de construcciones posibles e imposibles, donde la imaginación se me disparaba, creando mi casa ideal con personajes a escala, cristales ahumados en las ventanas, plantas exóticas, una cochera para un deportivo al que se le abrían las puertas y un sin fin de piezas con las que montaba  inmuebles tan novedosos como imposibles.

En otros ratos hacía pinballs con cajas de camisas de diferentes tamaños, que me proporcionaba un tío mío que regentaba una tienda de confecciones. Ahora  me doy cuenta de que eran autenticas obras de arte. Usaba piezas de madera, de tamaños variados, que tallaba pacientemente con una pequeña navajilla, gomas elásticas y bolas de colores. Funcionaban a la perfección, lo cual nos permitía disputar emocionantísimas partidas en las que nos concentrábamos  como si en ello se nos fuese la vida, pues el que ganaba, previo pago de una módica cuota de inscripción, se adjudicaba el pinball en propiedad. Lo más engorroso del tema era que por ese tiempo me dio por merendar bocadillos de atún con un gran vaso de coca-cola, siempre se me escapaba algún goterón de aceite que iba a parar al cartón de la caja, siendo imposible disimularlo por mucho que mi hermano se empeñara en colocarle encima una bombillita de colores.

Pero realmente, lo que a mi más me gustaba era jugar a «decir misa». Todos los días después de terminar los deberes me reunía con mis dos vecinos, el del piso de al lado, un gordito glotón y travieso que se zampaba una fuente de croquetas en un abrir y cerrar de ojos, y el de arriba, un primor de niño, alto, delgado, de rasgos afilados y piel cerúlea casi transparente. Puntualmente cada tarde aparecían a nuestra cita. A esa hora, yo tenía el “altarico” preparado en el cuarto de la costura, encima de un baúl de esos de cartón-madera de la época que había en  todas las casas, lo cubría con un tapete blanco, colocando encima los enseres necesarios para una perfecta liturgia; una copa simulando el cáliz, una mini bandeja por patena, y hasta el misalito kempis, repleto de estampitas, que encontré un día rebuscando en algún cajón de mi madre, en fin, todo a punto para nuestro ritual diario. Pero claro, todo no podía ser perfecto. Éramos tres, el cura, el monaguillo y el oyente. A mi nunca me dejaban ser cura, decían que daba unos sermones muy largos y que a ellos lo que les gustaba era comulgar rápido. El gordito lo hacia con magdalenas y el casi místico y yo compartíamos una galleta maría. Siempre me tocaba el papel de monaguillo o de feligresa, sentada en un taburete acartonado de esos que nos fabricábamos con el tanque del detergente Skip para lavadoras. Aguanté la situación durante un tiempo prudencial hasta que un día decidí acabar con aquello. De ahora en adelante iba a hacer las misas para mi sola, daría la homilía tan larga como me diera la gana, hablándole a un espejo que coloqué en la pared de enfrente, y sobre todo comulgaría bajo las dos especies con la galleta maría entera y una copita bien colmada de Quina Santa Catalina, terminándose así el suplicio humillante que a diario me sometían mis dos vecinos.

Recuerdo cuando esa tarde se presentaron, les abrí la puerta con cara de circunstancias ,diciéndoles que ya no habría más misas en mi casa, que de ahora en adelante la iba a decir sola y para mi, pues a pesar de ponerlo yo todo nunca me dejaban hacer lo que a mi me gustaba que era ser cura, relegándome siempre y sin consideración alguna a un triste segundo plano. Y claro, Ramón, el gordito, que tenía las manos muy largas, sin mediar palabra cerró el puño y me lo empotró con todas sus fuerzas en la boca reventándome el labio superior. Ya se sabe que cualquier herida en esa parte tan sensible es bastante escandalosa, pero aquello sangraba y sangraba de una manera tan alarmante que no hubo más remedio que llamar a Luis, el practicante del barrio, para que me diese un par de puntos. La cosa no había sido un rasguño, el gordo, me había atizado con toda su gana por dejarlo sin misa y sobre todo, sin su ración de magdalena diaria.

Lo más divertido del tema era darle a todo el mundo la explicación pertinente cuando me veían el labio remendado. Y ante la pregunta del ¿qué te ha pasado?, entre gemidos y pucheros fingidos, haciendo un mucho de teatro para vengarme del gordo, le decía a todos que había sido Ramón el que me había pegado  porque no lo dejaba venir a mi casa a decir misa….La sonrisa disimulada y el compadecimiento ajeno lo tenía asegurado.

…Juegos de niños, infancias marcadas por un entretenerse con cualquier cosa, haciendo de ello un divertimento, tanto más, sino te podías quejar porque tenias una madre como la mía que cuando se me ocurría decirle que estaba aburrida, me sugería con risa picarona y poniéndome de un malhumor incontenible, que me diese con una piedra en las espinillas y vería lo bien que me lo iba a pasar…

Cosas entrañables de ayer que mezcladas con vivencias de hoy se ahogan en palabras que por fortuna nunca sufrieron de desencuentros…

“La verdadera seriedad es cómica”

Nicanor Parra

Premio Cervantes 2011

Sigo leyendo:

Todo bajo el cielo

Matilde Asensi

Editorial Planeta

P.D. Han publicado hoy en el Blog de Antonio Muñoz Molina uno de los post escritos semanas atrás en este blog que se llama » CABAÑAS».

Adjunto enlace:

http://xn--antoniomuozmolina-nxb.es/2011/12/cabanas-por-nieves-gomez/

5 respuestas to “JUEGOS de NIÑA”

  1. Isabel said

    No hace falta ser una princesa para construir una base sólida en tu vida, pieza a pieza
    y disfrutando como tu lo hiciste y lo haces tus juegos de niña representan para muchos
    que no es importante a que se juega si no la felicidad que te producen esos momentos.
    Gracias por recordarnos que todos fuimos niños una vez aunque no a todos les gustara jugar a lo mismo.
    Un abrazo
    PD: Sigues teniendo un buen compañero de pupitre que te guardará siempre

  2. nieves ramos said

    Bueno, bueno, ya me parecía bastante curioso que fueras fútbolera pero me he reído mucho con tus misas. Eso si que es reivindicación feminista, poder decir misa!!! supongo que se te habrán pasado las ganas, aunque lo del vino Quina San Clemente tiene su punto. Ya sabes esa canción de: si pequeñas somos pronto venceremos y por nuestras fuerzas a todos ganaremos, sabes es el secreto, muy facil es: tomamos Quina Santa Catalina, tomamos Quina Santa Catalina….. Un beso

  3. P.Q. said

    Lo que me he podido reír leyendo hoy tu blog te lo agradezco infinito. Sigo haciéndolo ahora mientras te comento, porque aparte de «clavarte» al definierte con los juegos de tu infancia…lo màs grande es que te imagino con cara de enfado cada vez que esos niños te relegaban al simple papel de feligresa o monaguillo siendo como tú eres. Hiciste bien montándotelo sola, a mí me sobraba la gente para jugar también. Lo jodido fue que «el gordo» te propinara aquel puñetazo en toda la boca.
    Oyesssss, no te quedó señal alguna y tu boca ha sido siempre lo más bonito.. No se la cargó la rabia del «gordito»…
    Con respecto a tus juegos, ya despuntaba tu vena artística… Normalísimo siendo tú.
    Muy divertido este post… Muy bueno.
    Un gran bEso…

  4. antonia said

    … Qué decir, al leerte, me he sentido identificada en muchas situaciones de tu infancia. Yo no decía misa, pero si preparaba un altar de un blanco inmaculado con estampitas de la Virgen y todos los días le ponía flores. Después, me escapé de mi casa porque quería irme a las misiones.
    Tengo que darte las gracias, por despertar con tu pluma todos esos recuerdos…
    Felicidades, por aparecer en blog de Muñoz Molina, no todos tenemos ese privilegio.

  5. pato salvaje said

    !Mondante, requetemondante, tiernísimo, genial! Muchas gracias y gran enhorabuena por el enlace al blog de «otro» maestro.

Puedes comentar aquí