FIN de AÑO

30 diciembre, 2011

Una Nochevieja menos, pero no una más. Me he negado a caer de nuevo en la promesa absurda de una romántica velada para después tener que calcular a que velocidad desaparecerán los recuerdos, aún sabiendo que estoy condenada a aceptar. No quiero pensar en bañeras de agua caliente con espuma y velas de olor, ni en beso tras beso al son de las campanadas, ni mucho menos en ofrendas ridículas que deshojan margaritas mientras los teléfonos se silencian escondidos por miedo a ser descubiertos en la traición de aquella mentira que con el tiempo enterró su propio desaliento.

Me he negado también al plan soñado de contar caracolas cerca de la mar para amanecer con el feliz año entre unos labios mordidos a besos y sujetos con alfileres para no pronunciar la verdad de una atadura ancestral y provinciana, por si acaso la herida que ocasiono es más profunda que la llaga del olvido.

Quiero seguir alistada en el ejercito de la decencia, y llamar a las cosas por su nombre, sobre todo ahora que empiezan a gustarme más los bocetos rápidos que los cuadros demasiado perfilados.

He decidido salir hacía el centro de ninguna parte, dónde siempre debí ir, y con quien nunca debí de dejar contar horas en la madrugada de ese reloj imaginario que no entiende de minutos ni segundos, pero si clama silencios enorgullecido de que allí abajo entre el bullicio, dónde se esconden los escrupulosos respetos a las normas, este año  no estaré.

Ahuecando un colchón en el suelo, desdoblaré una manta que se aguanta enjaulada desde hace meses y poco a poco dejaré vencer mi cuerpo mientras la cabeza se me instala en el mundo de un sueño velado y despierto que tal vez no traiga soluciones a nada pero al menos me dará la posibilidad de no volver a escupir un sorbo de vino tinto en un lienzo para que después desdibuje la acogedora torre de mi azotea.

Mientras, respiro un soplo de aire fresco en un lugar donde sé que las quimeras no se mezclarán con aquellos recuerdos añejos que me hicieron regalar un precioso tiempo que ni siquiera me pertenecía.

Y como soy propensa tanto a la desolación como al entusiasmo voy a poner pie en el nuevo año sin uvas de la suerte, esas que nunca tomo, sin brindis ni vagos deseos, y que Dios reparta suertes, al fin y al cabo, sigo pensando  aquello que siempre me repito: ¿quién puede hacer que amanezca?

….El año que viene más y tal vez mejor…Con el firme propósito de economizar palabras. Y sentimientos, los justos….

P.D: Publico antes porque me voy, y dónde voy no es lugar para redes.

 

 

“Ayúdame a despedir

que despedirme no puedo,

que despedirme de ti,

es despedirme del cielo”

Popular.

 

Estoy leyendo:

Carol

Patricia Highsmith

Editorial: Anagrama

 

 

PALABRA sobre CAMPANA

25 diciembre, 2011

Palabra sobre palabra, como las campanas en Navidad, pero no sobre campana UNA, no, las palabras abundan, son más, y más, un derroche, incontables letras capaces de enterrar sabios silencios, fabricando monstruos enmarañados en crucigramas que tantas veces no acierto a engarzar.

Cuentan de Thomas Merton que el día que ingresó en el monasterio como postulante, el maestro de novicios sólo le hizo una pregunta ¿Le asusta el silencio?

No sé lo que contestó, supongo que no dijo nada. Ahora, en estos días, si en este instante me hicieran la misma pregunta tal vez contestaría que lo que más me asusta –y con diferencia- son las palabras.

Será porque disfruto los bocetos rápidos de pensamientos nobles, será porque observando y callando descubro el cansancio que supone ese montón de voces juntas, unidas casi siempre, para no decir nada, para medias verdades, pareciendo, ocultando, pretendiendo y tanto más….Palabras trasnochadas por el mal uso -pues no comunica mejor quien más habla- charlatanes de feria y parlanchines de juegos de azar que a base de dedicar su vida a ello se han convertido en vendedores de humo que finalizan el día con la garganta seca sin haber dicho ni hecho nada más que barajar imprudentes pensamientos.

Estoy cansada de hablar y de que me hablen para ocupar el espacio hueco que queda en la pesadumbre de un remordimiento que a modo de susurro tantas veces me avisa diciendo: «estás hablando de más»…..y al que tantas veces no escucho pues el ruido me aturde ensordeciendo el mejor momento de los encuentros, ese en el que se cuajan los silencios para decirle al corazón lo que con palabras sería imposible.

Mis perrillas no hablan y las entiendo, conozco cada uno de sus movimientos, sus gestos son más elocuentes que cualquier palabra que saliese de sus morrillos, y cuando algún estúpido se atreve a decir a modo de gracia tópica y manida que solo les falta hablar, le suelo regalar una preciosa mirada en la que sin decir le digo que si cerrase la boca probablemente estaría mas guapo y se le arrugaría menos el bigote.

Es fácil hablar, estamos adiestrados para ello, balbuceamos las primeras palabras apenas con un par de años, y de ahí a ser loros de circo hay tan solo un paso.

¿Quién enseña a callar? ¿Será la asignatura pendiente de una doctrina que no tiene más valor que el personal encuentro con uno mismo? Pues en el más absoluto silencio, aunque estés en la boca de un metro, surgen las más nobles ideas y habla el corazón desterrado sacando cabeza entre una tempestad sonora tan insoportable como imposible.

Paradójicamente, se da el caso de gente que sufre fuertes impactos en su vida y se queda sin voz, imposibilitadas a pronunciar palabra y a pesar de ello se siguen comunicando, viviendo, amando, soñando, llorando….Curioso que el valor de la palabra sea tan relativo como imprudente cuando tantas veces se habla para no decir nada. Cuentos chinos, inventos sin futuro en un presente que embrutece la memoria para que el sueño sea una utopia y el descanso del guerrero sea imposible, pues no hay brazos que aguanten una ausencia callada y una presencia sensata.

Prudencia y mesura, dones de los que carezco y tanto me gustaría tener, dones perdidos ante el miedo pudoroso que da el ridículo o ese tratar de estar a la altura de las circunstancias sin estarlo…Y así pasa la vida, cumpliendo el protocolo a riesgo de padecer un irreversible cáncer de alma….

“Los pájarillos y yo

nos levantamos a un tiempo;

ellos a cantar al Alba,

yo a llorar mis sentimientos”

Fandango popular

Estoy leyendo:

La dimensión espiritual de Eneagrama

Sandra Maitri

Editorial: La Liebre de Marzo

ABRIENDO BOTES

18 diciembre, 2011

Apenas tengo tiempo para nada, me faltan horas al día por más que madrugo, le robo algunas al sueño, y no hay manera. O me estoy volviendo muy lenta para todo lo que hago o ya voy mayor y las manecillas del reloj corren como sino le hubiese encajado bien la corona, y de repente ya es de noche y en un instante, otro día sin apenas darme cuenta.

Papeles escritos a medias, cuadros manchados en espera, unos y otros, caballetes que bailan en el taller, al unísono con obras dispares que ansían ser acabadas y a la vez quieren estar ahí por un tiempo, han descubierto que estar atendidas y escuchadas cuan vendedores de humo tiene su encanto.

Tiempo, ¿de qué?, ¿de quien y para qué?, tiempo de vivir, de silencios, de estrechar vínculos honestos y deshacer lazos que nunca creí se desvanecerían en el primer soplo de un desencuentro, tan ansiado como esperado, tan esperado como ingrato, tan ingrato como extraño.

Tengo un amigo de mucho tiempo atrás, años en primero de facultad, al que apenas veo,  ahora es un ejecutivo muy ocupado sin minutos para poco más que sobrevivir. Me manda una carta que cada viernes envía, tipo disciplina, a sus compañeros de trabajo para contarles cualquier cosa que se le ocurre o simplemente lanzarles al viento una idea, y de paso obligarse a escribir, pues sino es de esta forma le es imposible hacerlo y lo sufre, pues adora «juntar palabras».

Habla de abrir y cerrar botes, de la rutina insana y estúpida que cada mañana, cada tarde, cada noche, nos lleva a estar abriendo y cerrando tapas y tapones continuamente, unos necesarios, la mayoría innecesarios, producto de unos hábitos que a veces nada tienen que ver con la vida.

Y haciendo cálculo, desde que amanece hasta que apago la luz en el ultimo suspiro de la noche, caigo en la cuenta del tiempo que se va abriendo y cerrando botes…. a «bote pronto» y con una suma aproximada me he quedado pensando y repensando sobre ello. Cremas para todo, pasta de dientes, limpiadora, tónico, contorno de ojos, mermelada, leche, miel, vitaminas, café, aceites, conservas, tubos de óleo, trementina, bebidas,…y tantos, tantos más, que me ha dado como un vértigo temblón  del que me ha costado espabilarme sin tener que recurrir de inmediato a un ansiolítico bajo la lengua para no sucumbir al desmayo……

Esto no tendría la mas mínima importancia si mi pensamiento no se hubiese trasladado a sentir que así pasamos la vida, abro y cierro para luego volver a abrir y después volver a cerrar sin apenas ser conscientes de tan repetitivo y robótico movimiento. Por esto y por mucho más yo estoy empezando a cansarme de mi, y no es que esté dispuesta a raparme la cabeza con tal de no tener que usar champú, mascarilla, suavizante y cositas varias de esa índole, no, tampoco es eso, aunque podría ser y ¿por qué no? ¡Qué comodidad más grande!, aun a riesgo de cargarme a mi madre de un paro cardiaco antes de que la pobre se coma un par de polvorones estas navidades, tal vez por eso no lo hago. Y  como todo es aplicable a todo, siento que así pasamos los días y la vida, en un abrir y cerrar de ojos, de puertas, de botes y porqué no decirlo….de piernas, sin más rigor que la impresión satisfecha o insatisfecha del momento. Y después de tanto derroche, cuando se gasta la pasta de dientes, en un arrebato de ahorro, apuro y apuro hasta que no queda casi nada y para apurar un poco más cojo unas tijeras y abro el bote en canal para rebañar los restos. ¡Pérdida de tiempo la mía!

Que ridículo tan absurdo  cuando lo miro desde una perspectiva diferente, desde ese barquito de papel que se niega al naufragio por más que intento abandonarlo a su suerte en el río….La próxima vez lo llevaré a la mar, con la seguridad de que ni por esas  mi desmembrada nave se hunda….Usos, costumbres y rutinas que nos dan seguridad y a las que nos aferramos como tabla salvadora de una vida que no tiene tabla ni salvación alguna,  pues a estas alturas de la película creo que la suerte casi siempre está echada, y sólo le pido a la imaginación me siga libre en medio de tanta conciencia encadenada.

…. Mientras tanto, hoy experimento sin cerrar cada bote que abro, a riesgo de que algo se seque o se estropee, no importa, es una prueba y requiere compromiso, al final del día haré  recuento de cuantos abrí, y a la noche o me muero de risa o me recompongo del absurdo que supone haberme dejado el pelo largo.

Lo contaré, prometo contarlo sin inventarme nada ni pasar detalle por alto y si tengo fuerzas me provocaré un éxtasis ante tanta miseria aceptada ordenadamente.

La vida no es un sueño, tú ya sabes que tenemos tendencia a olvidarlo

Jaime Gil de Biedma

 

 

Estoy leyendo:

Ya puedes amarme

De Antonia Naranjo París

Editorial Séneca

Un PAQUETE de MELANCOLÍA

11 diciembre, 2011

Ha sido en otoño, por San otoño, que se me ha caído la melancolía como fruta que madura en el árbol y a la que es imposible retener en la rama. Cuestión de saber, querer o poder esperar, pues a veces, tantas veces, «una sola golondrina si hace verano», y sin retraso, sin tregua, sin necesidad de batir ningún récord en el trayecto que creí marcado, cayó despacio, muy despacio, pues resultó no ser lo que creía. Como cuando ya no amas y te sientes más libre para decir te quiero.

Llevaba razón aquel que escribía que «estamos hechos a medida de los sueños», tal vez porque hubo un tiempo en el que no dejaba de pensar con cierta desidia que mis esfuerzos no servirían para nada y en medio de esos «tal vez» después de tantos días pisoteando hojas caídas en el parque sin saber porqué, busqué luces en las ventanas de los hogares pensando que nunca me llegaría el momento del acogimiento, ese que te recoge sin cogerte, ese que no sabe de tiempos, ese que hace de tu «tal vez» una imprudencia indecente y descuelga el teléfono para oír una voz sin respuesta posible.

He dejado de creer que la vida es como el póker, en el que no se miente, pero se trampea con «faroles», retando al contrario para jugar al despiste, arrendando ganancia con una escuálida “pareja de doses” capaz de tumbar al  inseguro y miedoso que no arriesga y se retira con cuatros ases en la manga lamentando su cobardía y envidiando tu atrevimiento.

Hoy no me duele nada, ni siquiera una ausencia como aquella que me aturdía cada noche al saber que la cerradura seguiría con dos vueltas de llave hasta que yo misma las deshiciera a la mañana siguiente.

Ahora, que tantas noches me olvido de cerrar la puerta, no me da miedo oír esos imaginarios pasos que antes me aterraba sentir ahí fuera, ahí dónde el dominio del insomnio pierde su límite, donde la inexistente alarma saltaba cada cinco minutos sobresaltandome por nada.

La ausencia juega con palabras que no existen en el diccionario y yo las invento para que me puedas entender y nos riamos mientras te hablo acariciada por el sol de este otoño que casi muere empolvado en el viso del olvido.

¡Cómo no quererte sin recordarte al minuto!, al tiempo que ya no es recuerdo, pues el recuerdo se ahoga, y soy consciente de no nadar bien, aunque en las tempestades me tambalee sin miedo aun me quedan los recursos que aguantaron aquellos naufragios de los que salí airosa y con cierta dignidad.

He descorchado una botella de vino sin etiqueta para dibujar una con muchos colores, bautizando tu nuevo cuadro con una bocanada de tinto esparcido en el blanco de un lienzo que empieza a hablar con valor para llegar y sin miedo para marcharse.

Y después de hacer un paquete pequeño con la melancolía, he bajado a Correos para mandarlo a un lugar donde no certifican deseos, dicen que no hay franqueo posible para ello, las tasas serían tan elevadas que desistieron y para que no me lo lleve de vuelta, me aconsejan que no lo precinte demasiado, que lo deje casi sin cerrar y siguiendo calle abajo, al fondo, después de atravesar un paseo con árboles a ambos lados, encontraré un río, que lo ponga allí y lo deje correr como si fuese un barquito de papel para que la corriente lo deshaga con las nuevas y fresquitas aguas que bajan de las primeras nieves de la sierra.

Ni siquiera abrí la mochila que llevaba a la espalda para volverlo a guardar, salí a paso tranquilo, sin miedo ni temblor en las piernas, con gana, sin desidia ni pereza, ni siquiera el sueño se ahogaba en ese café tempranero que no me dio tiempo a tomar.

El suelo parecía levantarse empujando mis pasos hacía ese río al que le conté los secretos del verano, los que nadie sabe, los que nunca se dicen pues  llevan al olvido, los que nadie quiere pero tú amas, y es que nadie puede poner precio a los sueños…

Y una vez allí, como en rito sagrado de liturgia, lancé al aire un grito ahogado mientras dejaba mi pequeño paquete de melancolía en esa corriente que tantas veces arrastró mi decencia entregada al deseo caprichoso de unas manos que ahora no quieren soltarme….tal vez porque ahora esas manos ya son mías….

“Por la negligencia se cae la techumbre y por la pereza se dan goteras en la casa”

Eclesiastés 10,18

 

Estoy leyendo:

El Gato negro del Amor

Poemas de Kepa Murua

Editorial Calambur

 

 

 

P.D. Esta entrada se la dedico a alguien importante en mi existencia, alguien que me impulsó, casi sin ella ser consciente, a reenamorarme de la escritura. Y es que la providencia siempre hace que en tu vida aparezca no quien tu quieres sino quien debe

Ilustracion del Post:

«El árbol que quiso tocar el cielo»

De Antoinette Naranjo Paris

Tecnica mixta sobre lienzo 97×46

JUEGOS de NIÑA

4 diciembre, 2011

Jugando al intrusismo con mi propia intimidad y sin querer recurrir a la memoria de mi madre, por si acaso la pongo en el brete de no poder recomponer bien aquellos tiempos, recuerdo con lucidez que de pequeña nunca quise ser princesa, tampoco soñaba con el príncipe azul, ni tan siquiera me veía vestida de novia, y eso de tener hijos me parecía algo que debía de doler muchísimo. Nunca jugué con muñecas, ni a las casitas, las cocinitas, ni siquiera a los médicos o las enfermeras. A mi todo aquello me parecía muy aburrido, tan irreal como absurdo adelantar acontecimientos, pues ya habría tiempo de cocinar, acunar bebés y jugar de verdad a lo que en ese momento era un teátrico que me dejaba confusa y medio asustada cuando se lo veía hacer a las otras niñas.

Yo disfrutaba con lápices de colores, mi osito de peluche, una bolsa con canicas de cristales coloreados, una pelota de goma, montando arquitecturas con piezas de madera desiguales y con aquellas otras de ladrillitos blancos de pasta que encajando unos con otros podías hacer gran variedad de construcciones posibles e imposibles, donde la imaginación se me disparaba, creando mi casa ideal con personajes a escala, cristales ahumados en las ventanas, plantas exóticas, una cochera para un deportivo al que se le abrían las puertas y un sin fin de piezas con las que montaba  inmuebles tan novedosos como imposibles.

En otros ratos hacía pinballs con cajas de camisas de diferentes tamaños, que me proporcionaba un tío mío que regentaba una tienda de confecciones. Ahora  me doy cuenta de que eran autenticas obras de arte. Usaba piezas de madera, de tamaños variados, que tallaba pacientemente con una pequeña navajilla, gomas elásticas y bolas de colores. Funcionaban a la perfección, lo cual nos permitía disputar emocionantísimas partidas en las que nos concentrábamos  como si en ello se nos fuese la vida, pues el que ganaba, previo pago de una módica cuota de inscripción, se adjudicaba el pinball en propiedad. Lo más engorroso del tema era que por ese tiempo me dio por merendar bocadillos de atún con un gran vaso de coca-cola, siempre se me escapaba algún goterón de aceite que iba a parar al cartón de la caja, siendo imposible disimularlo por mucho que mi hermano se empeñara en colocarle encima una bombillita de colores.

Pero realmente, lo que a mi más me gustaba era jugar a «decir misa». Todos los días después de terminar los deberes me reunía con mis dos vecinos, el del piso de al lado, un gordito glotón y travieso que se zampaba una fuente de croquetas en un abrir y cerrar de ojos, y el de arriba, un primor de niño, alto, delgado, de rasgos afilados y piel cerúlea casi transparente. Puntualmente cada tarde aparecían a nuestra cita. A esa hora, yo tenía el “altarico” preparado en el cuarto de la costura, encima de un baúl de esos de cartón-madera de la época que había en  todas las casas, lo cubría con un tapete blanco, colocando encima los enseres necesarios para una perfecta liturgia; una copa simulando el cáliz, una mini bandeja por patena, y hasta el misalito kempis, repleto de estampitas, que encontré un día rebuscando en algún cajón de mi madre, en fin, todo a punto para nuestro ritual diario. Pero claro, todo no podía ser perfecto. Éramos tres, el cura, el monaguillo y el oyente. A mi nunca me dejaban ser cura, decían que daba unos sermones muy largos y que a ellos lo que les gustaba era comulgar rápido. El gordito lo hacia con magdalenas y el casi místico y yo compartíamos una galleta maría. Siempre me tocaba el papel de monaguillo o de feligresa, sentada en un taburete acartonado de esos que nos fabricábamos con el tanque del detergente Skip para lavadoras. Aguanté la situación durante un tiempo prudencial hasta que un día decidí acabar con aquello. De ahora en adelante iba a hacer las misas para mi sola, daría la homilía tan larga como me diera la gana, hablándole a un espejo que coloqué en la pared de enfrente, y sobre todo comulgaría bajo las dos especies con la galleta maría entera y una copita bien colmada de Quina Santa Catalina, terminándose así el suplicio humillante que a diario me sometían mis dos vecinos.

Recuerdo cuando esa tarde se presentaron, les abrí la puerta con cara de circunstancias ,diciéndoles que ya no habría más misas en mi casa, que de ahora en adelante la iba a decir sola y para mi, pues a pesar de ponerlo yo todo nunca me dejaban hacer lo que a mi me gustaba que era ser cura, relegándome siempre y sin consideración alguna a un triste segundo plano. Y claro, Ramón, el gordito, que tenía las manos muy largas, sin mediar palabra cerró el puño y me lo empotró con todas sus fuerzas en la boca reventándome el labio superior. Ya se sabe que cualquier herida en esa parte tan sensible es bastante escandalosa, pero aquello sangraba y sangraba de una manera tan alarmante que no hubo más remedio que llamar a Luis, el practicante del barrio, para que me diese un par de puntos. La cosa no había sido un rasguño, el gordo, me había atizado con toda su gana por dejarlo sin misa y sobre todo, sin su ración de magdalena diaria.

Lo más divertido del tema era darle a todo el mundo la explicación pertinente cuando me veían el labio remendado. Y ante la pregunta del ¿qué te ha pasado?, entre gemidos y pucheros fingidos, haciendo un mucho de teatro para vengarme del gordo, le decía a todos que había sido Ramón el que me había pegado  porque no lo dejaba venir a mi casa a decir misa….La sonrisa disimulada y el compadecimiento ajeno lo tenía asegurado.

…Juegos de niños, infancias marcadas por un entretenerse con cualquier cosa, haciendo de ello un divertimento, tanto más, sino te podías quejar porque tenias una madre como la mía que cuando se me ocurría decirle que estaba aburrida, me sugería con risa picarona y poniéndome de un malhumor incontenible, que me diese con una piedra en las espinillas y vería lo bien que me lo iba a pasar…

Cosas entrañables de ayer que mezcladas con vivencias de hoy se ahogan en palabras que por fortuna nunca sufrieron de desencuentros…

“La verdadera seriedad es cómica”

Nicanor Parra

Premio Cervantes 2011

Sigo leyendo:

Todo bajo el cielo

Matilde Asensi

Editorial Planeta

P.D. Han publicado hoy en el Blog de Antonio Muñoz Molina uno de los post escritos semanas atrás en este blog que se llama » CABAÑAS».

Adjunto enlace:

http://xn--antoniomuozmolina-nxb.es/2011/12/cabanas-por-nieves-gomez/